Estaba en el aire de los primeros siglos del cristianismo la especulación sobre un Logos mediador entre Dios y la creación, a veces inmanente, a veces trascendente; a veces personal, a veces abstracto, que el cristianismo tomó como algo propio, aplicable a la figura de su fundador. También las ideas tienen su peculiar medio ambiente y se propagan por misteriosos canales de contagio intelectual, sin que pueda señalarse con claridad quién ha tomado en préstamo de quién. Juan abre su Evangelio diciendo
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